miércoles, 7 de mayo de 2008

Rerum Caeli

Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
ésas... ¡no volverán!
Bécquer. Rimas LIII
Con el viento sobre la cara corríamos por ese campo tapizado por una alfombra verde y miles de retoños multicolores que creaban un cuadro en el que se respiraba vitalidad, pues el morado, el rosa, amarillo, rojo, blanco, naranja, violeta, y el dorado, se sacudían en un continuo vaivén producido por el fecundo y refrescante viento. Me distraje con ese tapiz y logró alcanzarme, llegando hasta mí de modo tan intempestivo que caímos sobre la suave alfombra, rodamos un poco, y, al ya no poder con el dolor de estómago producido por la risa, nos quedamos tendidos boca arriba observando un grupo de cirros y cúmulos encaramados unos sobre los otros. El sol irradiaba felicidad y una jovialidad que se nos transmitía, pero en un segundo, una maligna nube gris negrusca lo cubrió todo. Como siguiendo un mandato, un ejército de negro algodón tupido cubrió rápidamente la totalidad de la bóveda celeste. Ante cambio tan brutal, no alcanzamos a comprender que sucedía, hasta que un luminoso bramido nos hizo despertar de aquél ensueño místico. Nos volteamos a ver con una mirada consternada puesto que sabíamos que teníamos que culminar con nuestros juegos. Nos levantamos al instante. pero aquél ejército comenzó a disparar sus potentes armas contra nosotros. Miles de veloces municiones frías cayeron a torrentes, cubriéndonos y cubriendo todo. Levanté la mirada e inmediatamente hilos de plata comenzaron a correr desde mi frente, resbalando por mis mejillas y labios con singular precipitación. Poco a poco ese armamento me envolvió en un estado de contemplación y abstracción que nunca había sentido. El frío contacto de mi ropa, totalmente pegada a mí, me dejaba aún más paralizada, como los mercenarios sujetan a su minúscula víctima para que no se escape.
- Vamonos que cogeremos un resfriado-. Alcancé a escuchar como un eco.
Al no recibir respuesta tomó mi mano y me arrastró hacia la cabaña, pero yo seguía sin reaccionar ante sus palabras y acciones. Entramos e inmediatamente encendió el fuego para secarnos, y colocó la cafetera sobre el acogedor hogar. Casi maquinalmente me despojé de los chorreantes lazos que aún me sujetaban y me puse algo seco. Serví el humeante café, voltee el sillón hacia la ventana, y me senté a contemplar el desplome del cielo.
Con el calor del fuego, los cristales comenzaron a empañarse, pero las aglomeradas gotas caían sin cesar en finos chorros que creaban curiosas formas al unirse varios de éstos. Sin saber cuándo, ni cómo, caí en un profundo sueño, tras el cual, al despertar, mi estado de abstracción había pasado. De pronto recordé la carrera, el ataque sorpresa y a mi acompañante que aún dormía plácidamente atrapado por las mantas. Recordé también que nuestras cosas se habían quedado fuera, así que decidí salir, y entonces contemplé los estragos de la batalla. El campo desprendía un peculiar y agradable aroma a verde, y esos retoños habían abierto ya sus brazos, cubiertos de minúsculas perlas brillantes.
Si ante el viejo astro se respiraba vitalidad, ahora, en medio de toda la frescura matutina, el ciclo de la vida mostraba toda su magnifiscencia.

1 comentario:

* l!d * dijo...

Zaira querida... seré muy sincera contigo.. no leí tu post! jajaja pero creí lindo el poder comentarte algo.. no es muy significativo a decir verdad pero es como todo mi cariño =P... nos estamos viendo!